viernes, 25 de enero de 2008

Con las botas puestas



Uno a veces se pregunta por qué hay escritores tan básicos y cantantes tan primarios y artistas en general tan deficientes que le llegan a tanta gente. Uno a veces se pregunta por qué hay tantas sofisticadas almas, humanamente muy bien formadas, que le llegan a tan poca gente. Por qué la masa tiene que ser, un poco o tan, cegatona?

Será que el cerebro de las mayorías no está suficiente formado? Será que sólo basta ser una mente inofensiva para que podás conectar con otras mentes. Cuál es el misterio que subyace en la historia de todos los Alan Poes y Vanghos de todos los tiempos? Y si el requisito es ser respetuoso y prudente, dónde queda la verdad? Es la verdad inofensiva?

Basta con ser bueno?

Bueno, si fuera así, los periódicos no fueran periódicos y las editoriales no fueran editoriales y los canales de televisión no fueran canales de televisión. Serían otra cosa. Serían algo más parecido al Internet, por ejemplo.

El caso de Silvana Paternostro es bastante diciente. Ella escritora colombiana. Una de esos espíritus inquietos que flotan por ahí y que uno se encuentra en las vías más insospechadas del cosmos, porque los destinos de los espíritus sublimes es así. Un destino llamado a encontrarse de casualidad, en cualquier giro del día, en cualquier muesca del tiempo. Sí. A los espíritus sublimes no los introduce nadie. No hay cartas de recomendación entre las grandes almas.

Paternostro es así. Ese tipo de escritora que debería llegarle a más gente y, sobre todo, a más gente en su país natal. Una escritora que uno conoce cruzando un puente o esperando un cambio del semáforo peatonal.

Por qué Silvana no es una escritora de masas en Colombia?

Por qué sí lo es un escritor tan pro-establisment y tan mercancía fácil y tan socio-políticamente prostituido como Héctor Abad Faciolince, por ejemplo?



A Silvana la conocí como he conocido a mis amigos más talentosos en Nueva York. Nadie me la presentó, nadie me la recomendó. La conocí como conocí al cineasta Santiago Caicedo en la puerta de un edificio o como conocí al caricaturista Jairo Barragán caminando por un parque. 

Bueno, la verdad es que antes de hacer contacto amistoso, yo había leído un cuento de ella en Se Habla Español, la recopilación de nuevas voces latinas en USA, hecha por Alberto Fuguet. Aquel cuento aguerridamente feminista y clasista, pero bien logrado, de una periodista que investiga una clínica clandestina en Queens.

Años después, sin saberlo, yo le servía un café a la autora de aquel cuento en un pequeño cafetín neoyorquino. De entrada me pareció una gringa amable, pues nuestro primer cruce de palabras fue en inglés y ella era blanquita. 

Ya, cuando días después nos descubrimos como colombianos, mi impresión de ella se invirtió. Volvía a ser aquella buena escritora de ideas claras del cuento y, aunque cordial, un poco aburguesada. 

Hablamos sobre lo mal que la estaba pasando por el invierno y de lo frío que yo le había servido el café; ella, con ese tono mandamás de los terratenientes colombianos y que en el mundo de explotación laboral de New York abunda tanto. 

Para mí aquello era bastante difícil de abordar, pues en los treinta años que viví en Colombia, nunca me desenvolví en ámbitos donde el sistema de castas se filtrara a las interelaciones personales. Mejor dicho, en Colombia nunca tuve amigos de la clase alta y ahora, que a veces le servía el café a una de ellas, me sentía fastidiado.

Pero en el tiempo que llevo de escritor solitario, también he aprendido a valorar a los literatos por lo que escriben y no por lo que son. He aprendido a admirar a los escritores por la estructura, lenguaje e intenciones de sus escritos más que por sus desvaríos personales o porque sean unos bacanes o no.

Así es. Lo que es un escritor por fuera del papel me importa muy poco, así como lo que son mis amigos como artistas me importa casi nada. Prefiero que mis amigos no sean artistas ni escritores.

Así que me di a la tarea de investigar a Silvana Paternostro como escritora; como amiga no me importaba casi nada. Me había chocado el desdén con el que había recibido mi humilde impresión de El Empeliculado. Y en aquellas investigaciones fue donde volví a releer con placer aquel cuento suyo. También me encontré el libro En la tierra de Dios y del hombre y me lo llevé a casa. 

Descubrí un libro escrito en primera persona como toda su obra, una bella pieza del más exquisito periodismo literario. Un libro que apuesta por la revelación de la verdades más necesarias de nuestro tiempo. Un grito desesperado de alerta, la necesidad imperante de que el poder definitivamente debe cambiar de manos.

La que estaba allí, era una Silvana Paternostro valiente que luchaba por zafarse de su formación conservadora; una mujer de izquierda en constante conflicto consigo misma y con sus raíces, una pluma como pocas que tomaba riesgos y que uno percibía que no le quedaba fácil. Aquello del arribismo colombiano es algo tan poderosamente estructural que van a pasar muchos siglos antes de que el país de la cocaína evolucione socialmente y logre pasar a un segundo nivel. 

La verdad es que tampoco podemos decir que Colombia está peor que el resto de los países en general. El mundo entero es una entidad enferma, crónicamente terminal, aquejada por los males de machismo, xenofobia, discriminación, injusticia y abuso de poder.

Ahora, la Paternostro lanza Mi Guerra Colombiana. Un libro de constatación donde demuestra que no le está haciendo un favor a nadie. Lo que Silvana pelea, lo pelea para ella misma. Porque es una de las víctimas como los somos todos.

En lo personal recibo este libro con beneplácito. Me encanta que Silvana se haya decidido a untarse, a meter las manos en el barro como lo debemos de hacer todos los escritores y como lo hizo en su libro anterior. Leyendo su reseña en el New York Times, se me viene a la cabeza una conversación que tuvimos una vez en el cafetín; yo detrás del mostrador y ella como cliente. Hablábamos de escritores colombianos; estábamos de acuerdo en que, en general, eran muy malos, que les faltaba arquitectura, humildad, la nobleza ésta que sobra por ejemplo entre los excelentes escritores norteamericanos. Rescatábamos a los periodistas esos que se metían a la candela y recuerdo que Silvana se sintió aludida por no sentirse una de ellos.

" Y qué te parece el libro de fulanita de tal?"
"No sé"
"Yo le rescato que se meta al fuego, que no sea una de esos periodistas que escriben sobre la guerra desde un cómodo escritorio en Bogotá"
"O como yo, desde aquí de Nueva York" 


En fin. Ahora parece que Silvana Paternostro trae las botas pantaneras, empatanadas. O por lo menos con My Colombian War parece estar preparada para empatanarlas. Ojalá algún día estas buenas escritoras, que quieren untarse, sean productos de consumo mayoritario.