jueves, 30 de octubre de 2008

Los Actores Del Conflicto

Es martes a mitad de precio en algún lugar de la tarde. Centro comercial con ínfulas. Guerra mediática en los noticieros. Los indígenas marchan por la ciudad y el presidente eclipsa su efecto con un as bajo la manga. Los militares del país escandalizan con sus ejecuciones extrajudiciales y el establecimiento lanza la rueda de prensa de un ex secuestrado. Colombia olvida y olvida fácil.

Usted y su cita se muestran dubitativos, si botarle más plata a Cine Colombia o no. Para qué? La última vez todo salió como siempre sale con las películas colombianas: desenfoques del 30 y el 40 por ciento en toda la película, banda sonora mal mezclada, mala proyección, tramas sin alma, gritos, vértigo, malas palabras, ediciones precipitadas, etc, etc. Por demás, usted está estrenando televisor extra grande. Para qué? Para qué? usted se repite. Las horas no marchan bien. Para acabar de ajustar han cenado pesado, usted y su mujer. Demasiados carbs. Media libra de chocolates como postres. El exceso de ázuca siempre pone mal a cualquiera. Es que estos tiempos, esta edad... Y entonces, para salir estresado de un mal producto criollo, mejor no botar la platica.

Pero usted, es terco; le tiene compasión al esfuerzo local. Usted entra. Todo de lujo. Una guía lo acompaña hasta su puesto como si lo hubiera reservado. Sillas cómodas. Dónde será el primer punto de giro en esta aventura unicéntrica?

Suena el proyector. Empieza la cinta. Los créditos son modestos, humildes, a la usanza de antes. Por lo menos les hubieran metido más felling. Es una clásica película colombiana. Los primeros diálogos suenan recitados. Los protagonistas son mimos, seres detestables que uno se encuentra en la calle, pues nunca hablan, no les interesa expresarse. Pero algo pasa. Empieza a obrar una magia. Asistimos al surgimiento de un Jean Paul Belmondo en el histrionismo de Mario Duarte. Actorazo! La luz mejora. Se viene la emoción. Hay una escena inverosímil donde unos soldados dejan escabullir a los culpables. El director trata al ejército de Colombia por tontos. Todos sabemos que en realidad no es tan así.

Termina la peli. Diablos! Una película colombiana bien hecha, que se escucha a la perfección, que está editada al ritmo americano y que encima de todo te logra emocionar, QUE TE HACE SALIR RECONCILIADO DEL TEATRO!!! Nunca antes había pasado. De repente, te examinas y te das cuenta que te has reído todo el tiempo con LOS ACTORES DEL CONFLICTO, que lloraste, que sufriste, QUE TE ENTRETUVISTE!

Definitivamente una película sin precendentes en la cinematografía nacional.

viernes, 24 de octubre de 2008

Una crítica al racismo de PERRO COME PERRO



Por: Jaime Arocha

Dentro de mi grupo de trabajo, he planteado mi inquietud con respecto a si los creadores de este filme han ejercido la libertad de expresión propia de las democracias o si más bien han quedado atrapados por lugares comunes del cuerpo fuerte y el alma sumisa de antecedentes antiguos, como la novela El Alférez Real de Eustaquio Palacios. Publicada a comienzos del siglo XIX, versa sobre las relaciones entre blancos y negros que tuvieron lugar en la hacienda Cañasgordas y el Cali de los años de 1780. Luego, a finales del XIX, apareció María con una aproximación comparable a los nexos de Nay y otros africanos con unos captores blancos y bondadosos.

A esos lugares comunes los contradicen científicos como Germán Colmenares y Michael Taussig, quienes desde el decenio de 1970 comenzaron a revelar versiones alternativas del pasado. Con respecto a esas historias, basadas en las voces de los cautivos africanos y sus descendientes, y no en las de los esclavistas, uno tendría que comenzar por decir que entre las regiones del país, la que muestra la película de Moreno es la que más apellidos africanos conserva, como Lucumí, Balanta y Angola. Ese rasgo tiene que ver con el rechazo a ser rebautizados con los apellidos de sus amos, en el marco de la resistencia pertinaz contra el corte y alce de caña de azúcar, entre otras formas de sujeción propias de haciendas de trapiche como Pílamo y Japio, precursoras de ingenios que como Cauca o Cabaña hoy escenifican las protestas de los corteros. Extrañamente, ahora los medios poco se refieren a las reivindicaciones de los huelguistas en pro de su bienestar, sino se concentran en el alegato oficial de la infiltración terrorista, además de dejar vacíos referentes a la escasez de agua para el consumo humano acarreada no sólo por la prioridad de producir etanol, sino por los contaminantes químicos que arroja la industria a los lechos de las quebradas.

En el norte del Cauca, los corteros y alceros negros sí practicaban la brujería, pero no en la sumisión, sino para que cada golpe de sus rulas esterilizara la tierra y la caña dejara de crecer. Héroes negros como Cenecio Mina, un rebelde de la Guerra de los Mil Días, hacían pactos con el diablo, pero para ser más fuertes en su lucha contra los oprobios que practicaban sus antiguos esclavizadores de esa misma zona del país.

Estas narrativas nacidas de las palabras subalternas no son clandestinas. Es fácil consultar a historiadores como Francisco Zuluaga o Mario Diego Romero, quienes les han dado continuidad a los aportes de aquellos que en los años 1970 sacaban a la luz relatos que no se limitan a entronizar en los altares de la patria a aquellos que mantuvieron a los africanos y a sus descendientes en la sujeción y la ignominia. Enfocar esa otra historia sí es una forma de ejercer la libertad de expresión. Por el contrario, reiterar los estereotipos y profanar descuidadamente universos simbólicos sagrados para los afrodescendientes es un medio de propagar la ideología que sustenta el racismo. Por eso hallo esa práctica inseparable de la dificultad para obrar con justicia con respecto a las peticiones de los corteros de caña del norte del Cauca.

* Grupo de Estudios Afrocolombianos, Centro de Estudios Sociales, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia

martes, 7 de octubre de 2008

DONDE DON QUIJOTE DECIDE ANESTESIARSE DEL TODO CON UN SAHUMERIO DE EUCALIPTO QUE HABIA PRENDIDO SANCHO

Y la televisión (y supongo que la radio también) siguió azuzando la histeria colectiva, hasta el punto de que el habitualmente demagógico Presidente de la República consideró necesario calmar un poco los ánimos de quienes ya estaban pidiendo el linchamiento público del presunto asesino. Y salió al aire para decir que aunque el crimen era "una afrenta a la Nación" no se podía olvidar que "Colombia nunca ha sido amiga de la pena de muerte".

¿Que no? Ese mismo día se habían sabido detalles sobre no menos de treinta "ejecuciones extrajudiciales" y "falsos positivos" con desaparecidos asesinados en Ocaña, Montería y Popayán, y en varios pueblos de Antioquia y Sucre.

Después de los anuncios publicitarios, que son sagrados, la alharaca prosiguió. Los noticieros empezaron a hacer un recuento detallado de lo que llamaron el calvario de la madre del niño asesinado, de la tía, de los vecinos del barrio, de todo el pueblo. Fueron convocados juristas, curas, expertos siquiatras para que dieran su opinión sobre esta "sociedad enferma" en la que los padres son capaces de matar a sus hijos (y los hijos a los padres, no lo olvidemos, y los hermanos a los hermanos). Les recomendaron a los padres que les prohibieran a sus hijos ver en la televisión noticias y pornografía.

Por algo lo dirían los expertos: ese mismo noticiero en el que estaban participando era pura pornografía. Para completar el espectáculo, el Presidente de la República decidió asumir de nuevo el protagonismo presentándose en Chía para hacerse filmar con la familia (materna) del niño Luis Santiago, acariciándole la barbilla a una niñita: "La querida Carolina, con la mamita de ella, con los abuelitos, con el pueblo colombiano, con el señor alcalde, con el apreciado gobernador...".

Pero además de oportunista y pornográfico, el montaje me pareció grotescamente desproporcionado. No es posible mostrar que se paraliza de golpe el país entero ante la noticia del asesinato de un niño: un país en el que se asesinan en medio de la indiferencia general cientos de niños al año (en lo que va corrido de 2008, nada menos que 123 menores de 4 años). Un país en el que se obliga a millares de niños a trabajar en las minas de carbón o en los burdeles de turismo sexual, en donde hay paramilitares que confiesan tres mil asesinatos pero son extraditados por delitos de contrabando, en donde cada día se destapan diez nuevas fosas comunes clandestinas, en donde la violencia genera mil quinientos refugiados diarios. No recuerdo en la televisión colombiana nada parecido desde la catástrofe de Armero, hace más de veinte años. Pero al margen de que aquella noticia sí tenía verdaderas dimensiones de tragedia (veinte mil víctimas, cuando esto de ahora, al fin y al cabo, es sólo un niño muerto), el gobierno de entonces tenía un interés inmediato en hacer olvidar los cadáveres todavía humeantes de la sangrienta toma y contratoma del Palacio de Justicia. Y por eso también fue explotada pornográficamente la agonía de la niñita Omaira ("nuestra querida Omaira", como la llamaba en la televisión el presidente de la época.

¿Qué será lo que oculta esta vez el despliegue inusitado de los noticieros?

Porque no puede ser que se hayan puesto de acuerdo los presentadores de noticieros y los juristas y los políticos y los siquiatras y los vecinos de Chía y el Presidente para castigar colectivamente a un taxista culpable de asesinar a un niño. Y convertirlo, literalmente, en el chivo expiatorio de todos los pecados del pueblo de Colombia.

jueves, 2 de octubre de 2008

COLOMBIA SIGLO 21

Un reciente informe de la Fiscalía, conocido por la AP, da cuenta de que su Unidad de Derechos Humanos tiene actualmente 558 investigaciones por casos de un millar de casos de ejecuciones extrajudiciales presuntamente a manos de uniformados.

miércoles, 1 de octubre de 2008

En el "País" de España

Detenidos dos ex militares en Colombia por la matanza de Trujillo
La fiscalía acusa a Ruiz Silva y Contreras de participación en el asesinato de más de cien personas

EFE - Bogotá - 02/10/2008


La Fiscalía colombiana ha ordenado la detención de dos coroneles retirados por su presunta participación en la matanza de 107 personas entre 1986 y 1994 en la localidad de Trujillo, en el departamento del Valle del Cauca, en el suroeste del país, han informado fuentes judiciales.


La orden afecta a los retirados oficiales Wilfredo Ruiz Silva y Hernán Contreras quienes son imputados por los delitos de homicidio agravado y concierto para delinquir y a quienes les cabe esa responabilidad "por acción u omisión", según las fuentes.

Ruiz Silva y Contreras forman parte de una lista de 20 órdenes de captura que emitió hace algunos días la unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía. Entre los implicados se hallan ex integrantes de la Fuerza Pública, militares y ex paramilitares.

Por la matanza de Trujillo el Estado colombiano tuvo que pedir disculpas pública en 1995 a instancias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También deben responder Henry Loaiza Ceballos, alias el Alacrán, uno de los jefes del desarticulado cartel de la cocaína de Cali, y Diego Montoya Sánchez, alias Don Diego, preso y a la espera de ser extraditado a Estados Unidos.