domingo, 3 de febrero de 2008

Carta de un politólogo


Bogotá, 30 de Enero de 2008.



Estimados amigos y amigas:



He recibido muchos, pero muchos correos sentando posición sobre el evento del próximo 4 de Febrero, promocionado por los nuevos aparatos ideológicos globalizados de la derecha, la extrema derecha y los áulicos medios de comunicación de Colombia que cada vez afinan el régimen de Álvaro Uribe Vélez. Régimen fundamentado en la mentira políticamente organizada. Para quien ya no ha sido suficiente el haber construido un enemigo interior en Colombia, las FARC como fuente de todos los males, sino que ahora pretende construir un enemigo exterior: el régimen bolivariano de Venezuela, legítimamente constituido.



Algo curioso en esos mensajes y sin caer en consideraciones de “género” es que las mujeres han asumido una posición más crítica y en algunos casos más aguerrida en contra del maniqueísmo de los promotores del evento del 4 de Enero. Por el contrario, los hombres son más proclives a las intenciones de los promotores oficiales del evento o al menos son más contemporizadores con sus propósitos.



Al respecto, mis ex alumnos y antiguos compañeros de camino me han pedido que exprese claramente mi posición. Categóricamente manifiesto que no iré a esa marcha y que estoy en contra de ella por su naturaleza, su origen, sus procedimientos y sus propósitos.



En contra de su origen, porque no hay tal en su supuesta “iniciativa espontánea del pueblo” y en particular de los jóvenes. En ello no hay nada gratuito, nada dejado al azar. La iniciativa a través de mecanismos como “facebook” responde a un trabajo de propaganda que busca reforzar en lo ideológico y en la práctica una posición en la gente a favor de las estructuras políticas, económicas y culturales actuales que se caracterizan por la exclusión, la inequidad y el desconocimiento de quienes no comparten el estado actual de las cosas.



Ayer, para la promoción de las ideas reaccionarias y retardatarias se recurría a los libros de autoayuda, la nueva ola, la inteligencia emotiva, Paulo Cohel etc,etc. Hoy tenemos las cadenas de Internet. Se actuaba en proporción aritmética, hoy se actúa en proporción geométrica y a nivel mundial.



En contra de su naturaleza, porque es un evento maniqueísta que niega y oculta la realidad colombiana. El problema de Colombia no son las FARC. El problema consiste en la insolvencia de una élite que no ha sido capaz de generar reformas políticas y económicas que permitan construir un sentido de nación para todos los colombianos. Políticamente la elite ha suprimido por la fuerza y el aniquilamiento sistemático y brutal toda efectiva oposición, obligando a los más radicales a recurrir a la lucha armada insurgente. Económicamente, la elite en un país, con inmensos recursos naturales, ha condenado a la mayor parte de sus gentes a la pobreza, la indigencia y la precariedad e inseguridad del empleo.



Sabemos que desde antaño la élite de este país ha practicado una especie de violencia conspirativa de su régimen político contra la sociedad y su última expresión e instrumento ha sido los grupos paramilitares, quienes hicieron de la violación masiva a los derechos humanos (masacres, desplazamiento, aniquilamiento selectivos etc, etc,) un recurso para aniquilar por completo cierta tradición de izquierda con el fin de consolidar su poder como elite y lograr extirpar cualquier oposición en contra de la supresión de las exiguas reformas sociales de la décadas del 50 y 60, de la flexibilización laboral, de la privatización de las empresas públicas, de las leoninas concesiones para la explotación de nuestros recursos naturales por parte de la mentada inversión extranjera y de la entrega de los segmentos productivos de servicios más lucrativos a las multinacionales.



En contra de sus procedimientos, porque los promotores que se presentan como apolíticos tergiversan el uso de las prácticas que han utilizado los pueblos para manifestar su rechazo, exigir ser oídas o mandar al traste el orden establecido. De ahí que la manifestación, la huelga, la marcha y toda acción colectiva se originaban en algunos casos en la espontaneidad y en otros en la voluntad consciente de una organización con un lineamiento estratégico claro para no dejar pasar las cosas como sino pasara nada. En esto estaba su esencia política progresista.



Por el contrario, a fuerza de declararse apolítico, por su vociferación maniqueísta, su contenido originado en los aparatos ideológicos tradicionales y modernos del Estado, el evento del 4 de Febrero determina un “sello de clase” a las violaciones de los derechos humanos. Sólo son razón de inconformidad y movilización las violaciones contra aquellos que de una u otra forma han hecho parte o son tributarios y servidores del establecimiento (funcionarios, políticos, policías, militares y personas pudientes) pero no cuentan las miles de violaciones cometidas contra los derechos de la pobrería, los marginados y los inconformes



En contra de sus propósitos, porque ese evento encaja totalmente en la política de negamiento y ocultamiento del actual gobierno en Colombia, reforzándolo para que siga en su lógica sectaria, macartizante, policial, represiva, excluyente y al servicio de los más pudientes, las transnacionales y los propósitos funestos de la política exterior del actual gobierno de los Estados Unidos.



En efecto, el evento del 4 de Febrero contribuye a crear un ambiente sin crítica con respecto a la política económica; a distraer la opinión pública de la acción de la Corte Suprema de Justicia con respecto al enjuiciamiento de los “parapolíticos”; a negar la complejidad del conflicto armado en Colombia en términos del carácter, origen y víctimas de las violaciones de los derechos humanos; a ocultar la persistente crisis humanitaria que no hace reparo en “estratos” sociales; y a convertir el malestar de la gente en un plebiscito, una caución para que el actual gobierno continúe con la costosa, ineficaz y despilfarradora “política de seguridad democrática”.



Por último, el conflicto armado en Colombia no tiene un fin pronto, pues no hay condiciones para ello. No obstante, los demócratas tienen la obligación de exigir mecanismos de respeto a los derechos humanos en el desarrollo del conflicto. Las FARC tendrán que inventar y poner en práctica, a manera del Ejército Rojo Chino, liderado por Mao Tse-Tung sus “Tres Reglas Cardinales de Disciplina y las Ocho Advertencias”, las cuales fueron la base del respeto de los revolucionarios chinos hacia la población, impidiendo por su parte la degradación de la guerra.



Cordialmente,



YEGCID WALTEROS RUIS

Profesor Catedrático de Ciencia Política

Escuela Superior de administración Pública