domingo, 17 de febrero de 2008

El colmo del cinismo

Miren lo que publica la misma revista que inició la andanada de odio contra Piedad Córdoba, a través de artículos que han atizado a la moldeable y derechizada opinión pública colombiana:


Días de furia

¿Qué pasa en Colombia que la rabia, el maniqueísmo y los insultos están matando las ideas y los argumentos?
Fecha: 02/16/2008 -1346


El cuadro no puede tener brochazos más burdos y destemplados: la izquierda vapulea a la derecha, la derecha insulta a la izquierda, el que quiere marchar contra los paras es guerrillero, el que marchó contra las Farc es 'furibista', el que critica al gobierno es apátrida, el que respalda al Polo Democrático es mamerto, o el que critica la seguridad democrática es cómplice del terrorismo.

Este cuadro clínico se desata cuando alguien piensa diferente. Uno de los casos más recientes es el del magistrado César Julio Valencia Copete, ex presidente de la Corte Suprema de Justicia, quien tuvo un enfrentamiento con el presidente Uribe por un incidente de la para-política y fue atacado verbalmente mientras caminaba de regreso al Palacio de Justicia. En ese trayecto, dos hombres le gritaron palabras de grueso calibre al punto de que sus escoltas debieron protegerlo. La situación es tan preocupante, que el mismo Valencia ha manifestado que vive asustado. "Voy a un restaurante y siento que la gente me mira feo", le dijo a SEMANA hace poco. Jaime Alberto Arrubla Paucar, otro magistrado de la Corte, también ha corrido con igual suerte, seguramente por pertenecer a la misma corporación. El día de la marcha, una persona le advirtió: "magistrado: la cosa no es con las Farc, es con Uribe".

Los dos ingresaron a la cada vez más larga lista de personajes que son atacados por su posición política, como Carlos Gaviria, a quien la gente le llama desde 'Papá Noel' hasta anarquista, guerrillero, perro y diablo. El lenguaje está cargado de tanto odio, que el propio Gaviria manifiesta dificultad para manejar la situación. "Ese lenguaje es tan emotivo -dice el presidente del Polo-, que invita al otro a que responda de la misma manera. Molesta, y hay que hacer un esfuerzo para inmunizarse y no traducir ese insulto en otra agresión". 

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No hay quién se salve. Y el ejemplo más claro es el de la convocatoria a la nueva marcha del 6 de marzo para hacerles un desagravio a las víctimas de los paramilitares. El polémico asesor presidencial José Obdulio Gaviria atribuyó la convocatoria del evento a Las Farc. En su columna de El Tiempo, titulada 'La marcha de las Farc', el ex ministro Fernando Londoño Hoyos sostuvo que era organizada por el "mamertismo criollo". Pero, por el lado contrario, el que no marche "es un paraco", según algunos de los que la apoyan. Aquí es blanco o negro. Nada de grises. 

Pero, sin duda, el caso más visible y delicado ha sido el de la senadora Piedad Córdoba, cuyas diatribas e insultos van más allá de un incidente lamentable del vuelo a Caracas y hoy están a flor de piel. Hasta en Facebook, donde se cuentan ya 276 grupos contra ella: "Yo odio a la negra Piedad Córdoba", "Un peso por la cabeza de Piedad Córdoba" y "Muerte a Moncayo, Piedad Córdoba y Gustavo Petro", son algunos de ellos. Y en la marcha contra las Farc, como consta en un video que circula en YouTube, algunos de los manifestantes que gritaban consignas de "no más violencia", no tuvieron reparo en exclamar a grito herido "Polo h.p.", y "Chávez... que lo quemen". Un variado abanico de maniqueísmos insultos, odios y rabia. Esta andanada de humillaciones no se limita a los miembros de la oposición, sino también a altos funcionarios del gobierno e incluso, al propio presidente Uribe, a quien le caen ofensas de todo tipo. En las más suaves, lo tildan de paramilitar, dictador y politiquero. 

Los casos anteriores preocupan porque muestran un ambiente de muy poca tolerancia hacia la posibilidad de disentir y reflejan un fanatismo que no permite que las ideas se discutan con argumentos serios, sino con la simple negación y la estigmatización del otro. Y si bien las palabras no matan, los ánimos están tan caldeados, que si esta práctica social se desborda, las consecuencias podrían ser fatales porque la opinión se ha convertido en un arma de guerra. "La violencia verbal, el lenguaje incendiario y la descalificación insultante son muchas veces la antesala de los hechos de sangre", escribió el diario El Tiempo en su editorial del pasado primero de febrero. Muchos han sancionado esa actitud. El ex fiscal Alfonso Gómez Méndez hizo recientemente un llamado a la tolerancia, y Héctor Abad Faciolince en SEMANA recordó que amenazar de muerte no forma parte del derecho a la libre expresión.

La historia de intolerancia política del país ha sido recurrente y se remonta a las luchas entre santanderistas y bolivarianos, y más tarde entre liberales y conservadores, que dieron origen a la violencia partidista, que dejó una larga estela de sangre. En aquella época, la misma Iglesia se encargó desde los púlpitos de amenazar con excomulgar a quienes votaran por el Partido Liberal, y condenar al infierno a quienes no se afiliaran al Conservador. Más recientemente, la pugna se ha dado entre izquierda y derecha, y el caso del exterminio de la Unión Patriótica -años 80 y 90- muestra lo fácil que en Colombia se pasa del terreno de la disputa ideológica a la aniquilación física. "El país se ha construido con base en aniquilar al adversario", dice Carlos Rosero, antropólogo de la Universidad Nacional y uno de los líderes de las comunidades afrocolombianas. "Las voces que han disentido en este país han sido silenciadas a la fuerza", agrega. Si no, hay que ver el panteón de los magnicidios políticos en Colombia: Uribe Uribe, Gaitán, Galán, Jaramillo Ossa, etc...

Para el siquiatra José Posada, la persona intolerante es la que cree que posee la verdad absoluta. Esta actitud se deriva de la educación religiosa dogmática que se ha impartido en la sociedad. Como los estilos de vida y las opiniones se han enseñado como verdades absolutas, todo aquel que no coincide es considerado un hereje que debe desaparecer. Esa misma actitud la replican las distintas ortodoxias de la izquierda tradicional (pro China, pro Moscú, pro Albania), hasta el punto de que un ex rector de la Universidad Nacional a comienzos de los 70 decía: "El problema es que los estudiantes pasan derecho del 'Catecismo' del Padre Astete al 'Libro Rojo' de Mao". No se trata de que la gente no pueda expresar su rechazo o su posición frente a un tema, sino que hoy se están escogiendo los mecanismos equivocados para hacerlo. "Aquí no hay verdades sino opiniones razonables, y la respetabilidad de la opinión depende de los argumentos que se expongan", sostiene el jefe del Polo Democrático, Carlos Gaviria.

Además, la polarización política impide valorar la controversia y respetar la pluralidad de opiniones. El mundo se ve en blanco y negro y esta visión hace que aparentemente sólo se esté frente a la disyuntiva de escoger entre las Farc y el gobierno. En esa lógica, el que se oponga al gobierno es de las Farc y el que esté en contra de la guerrilla es paramilitar. Según el historiador Fabio Zambrano, el juego de buenos y malos se da para buscar homogeneidad y la intolerancia es un instrumento que sirve a ese propósito. Lo peligroso es que el discurso político actual criminaliza la oposición y permite hacer asociaciones irracionales. "Hay que acabar con las Farc, Piedad está con las Farc, entonces hay que acabar con Piedad", explica la politóloga Claudia López. En ese sentido, "el que piensa diferente a la mayoría no sólo es un enemigo, sino que hay que alejarlo o eliminarlo", agrega. Lo anterior se suma a un falso nacionalismo, en el que se exalta lo colombiano y se niega lo que suena diferente: Chávez go home en boca de Juan Valdez, cuando según el padre Alirio López, experto en temas de convivencia, "sólo ahora nos dio por defender la Patria".

Los líderes, los llamados a dar el primer ejemplo, han caído en el mismo juego de la descalificación. No es un ejemplo muy afortunado escuchar al propio Presidente de la República diciendo en la radio: "Pregúntenme lo quiera que hoy estoy cargado de tigre" y acto seguido insultar a los periodistas al aire. Ni el comentario del ministro Carlos Holguín Sardi justificando las agresiones contra Piedad Córdoba al decir que ella estaba en riesgo por su propia culpa. En un país más civilizado y sin la historia de violencia y odio, la conducta de ambos funcionarios sería reprochable y probablemente se reflejaría en las encuestas de popularidad.

En Colombia, por el contrario, se valora esa manera de pelear y estigmatizar. Se interpreta como una actitud frentera y de carácter. Cada vez que el Presidente sale en los medios 'cargado de tigre' sube en las encuestas. "Con ello están dando un refuerzo positivo a esas conductas, lo que hace que otros contesten igual y se enganchen en el mismo juego", dice el siquiatra Posada. Y en ese juego han caído también la misma oposición y los medios de comunicación. 

La historia de la violencia en Colombia esta íntimamente ligada a la intolerancia y la incapacidad de valorar las ideas ajenas. Si realmente esta sociedad quiere entrar en un proceso de reconciliación y de reparación, es fundamental que se respete la diferencia. Pero ese no ha sido el caso en los últimos tiempos. 

Yo me pregunto: A quién quieren engañar?